Hay momentos que no caben en una foto, pero se quedan atorados en la memoria. Fue así una ocasión en San José del Rincón, cuando un niño me compartió que plantaba un árbol con la esperanza de que ese árbol viviera más que él. Esa frase, tan simple y a su vez dura, me hizo ver la reforestación como algo más que una acción política: un acto de supervivencia, sí, pero también de esperanza.
El Estado de México está lleno de lugares donde la tierra aún respira, aunque a veces lo haga con dificultad. Barrancas, ríos y cerros que guardan memorias de lo que fueron, pero que insisten en renacer. Y es justamente ahí donde hemos estado acompañando a comunidades que, así como nuestra tierra, no se rinden.
Las jornadas de reforestación y limpieza que hemos impulsado van más allá de un calendario o un programa oficial. En Chalco, por ejemplo, una mujer me platicaba cómo una inundación la dejó prácticamente sin nada. Aun así, a pesar de lo vivido, quiere organizar jornadas de limpieza pensando en proteger a su familia y, sobre todo, a su descendencia. Esa clase de fuerza no tiene color partidista para actuar, pero sí el potencial de sostener territorios enteros.
Hay quienes siguen pensando que cuidar el ambiente es un asunto meramente técnico, frío y complejo. Pero el abandono ambiental no es técnico, es político y social. Y lo mismo su defensa. Cuidar nuestro territorio no solamente es prevenir el mañana, es enfrentar lo que se dejó caer durante años.
Es también un acto de organización, corresponsabilidad y unión. Es un espacio donde familias, amistades y comunidades se reúnen para realizar acciones concretas en favor de todas y todos. Es prevención, sí, pero también tejido social.
Desde el Verde impulsamos leyes, programas y agendas, pero también sabemos que lo que ocurre afuera, en el territorio, va más allá de legislar en un congreso. El verdadero impacto está en ver a desconocidos convertirse en equipo por unas horas; en ver cómo lugares que estaban deshechos o abandonados, erosionados o invisibles para muchos, empiezan a recobrar vida.
Hubo algo profundamente humano en Zinacantepec. Un grupo de estudiantes convirtió la siembra de árboles en algo más que solo el hecho de sembrar: cada quien le puso nombre al suyo antes de plantarlo. No lo hicieron por romanticismo, sino como un acto de fe de que lo que se siembre hoy es lo que dará frutos el día de mañana.
Sabemos que falta mucho, no lo ocultamos. Pero también sabemos algo innegable: cuando una comunidad se apropia de su territorio, la esperanza deja de ser discurso y se vuelve un hecho visible.
Desde el Partido Verde vamos a seguir ahí: en el lodo, en el cerro, en la barranca, en el río, porque entendimos que la defensa del ambiente no es una lucha técnica ni tampoco simbólica, es una lucha política y social que busca devolverle al territorio y a quienes lo habitan una vida digna. Una lucha que pareciera solamente ambiental, pero que en realidad simboliza justicia, seguridad y futuro.
Un bosque no empieza en un plan. Empieza con una comunidad que decide volver a amar y defender su entorno. Y ahí, justo ahí, es donde se disputa el futuro del Estado de México.